Todos los hombres son intelectuales.
Cada hombre despliega una cierta actividad intelectual,
o sea, es un “filósofo”, un artista y participa en la concepción del mundo.
Antonio Gramsci, Cuadernos de la Cárcel
Parafraseando al gran Antonio Gramci, no hay tal cosa como la necesidad de que “unos siembren papas, para que otros puedan sembrar ideas”; todos somos seres culturales y el arte es un derecho humano de expresión.
No obstante, en la docencia enfocada a las humanidades y, en particular a las letras, surge una pregunta ante la vulnerabilidad de preparación de los estudiantes de educación básica y media: ¿Cómo enseñar a escribir sobre sus propias experiencias y emociones a una persona que no tiene el hábito de la lectura?
Considerando los modelos de comunicación Mario Kaplún[1], los jóvenes de las escuelas públicas se encuentran en nuevas encrucijadas y dificultades educativas y un breve diagnóstico quizá también nos arrojen algunos espacios de oportunidad.
Atendiendo a los tres elementos fundamentales de Emisor, Mensaje y Receptor, el primer modelo de énfasis en el mensaje, en el que el Emisor es el único legítimo dueño del contenido y el Receptor se limita a ser tan sólo el decodificador de la información, suele estar presente durante la mayor parte de la formación de los alumnos, muchas veces en hogares donde la autoridad es quién da las instrucciones sobre cómo se debe vivir, sin espacio a la negociación o a la discusión: “y tú te mandas sólo hasta que te mantengas, pero esta es mi casa”; podríamos resumirlo.
Una relación similar de comunicación unidireccional ocurre en el salón de clases donde muchos profesores se encuentran con el reto de lidiar con grupos de 40 o 50 alumnos, ya sea repletos de la energía infantil de la primaria, en plena efervescencia hormonal en la secundaria o ante el muro de rebeldía de la preparatoria y, encima, tratar de cumplir con programas que no suelen tener la flexibilidad de adaptarse a la población a la que se imparten. En consecuencia, es común que el control de grupo se imponga sobre las estrategias pedagógicas y que sea el maestro el único Emisor autorizado en las aulas.
El segundo modelo de comunicación que tiene su énfasis en los efectos del Mensaje con la clara intención de moldear, influir o, si se quiere, de manipular al Receptor, rodea a los jóvenes con toda ubicuidad, sobre todo en las poblaciones urbanas, al encontrarse rodeados diario y en todos los aspectos de su vida, de publicidad en las calles, comerciales en televisión, salas de cine, redes sociales y hasta en los celulares; situación todavía más delicada cuando las televisoras abiertas de nuestro país suelen transgredir su original objetivo de concretarse al modelo 1 de tan sólo informar, y que en las últimas décadas han tomado partida directa en la política, con lo que el énfasis de la manipulación mediática incluirá rápidamente a los jóvenes en edad de votar, en nuevas clientelas del tan inquietante “producto” de la política.
El modelo 3 intersubjetivo de la comunicación, otorga la esperanza de una vida pública donde las relaciones humanas se restablezcan con la reciprocidad entre Emisor y Receptor, como interlocutores de Mensajes que puedan constituir una existencia individual y social comunitaria; y que suelen constituir las experiencias docentes más eficaces, en las que, de manera constructivista, el conocimiento en el salón de clases se constituye a partir de la relación mayéutica entre los estudiantes y los profesores. Es el diálogo el modo más ancestral de enseñanza del pensamiento humano, tal como instaura en la tradición Platón con sus Diálogos. Es natural que, incluso en una conferencia en la que esperaríamos que tan sólo el ponente sea el poseedor del Mensaje en un modelo de comunicación 1, en realidad muchas de ellas suelen abrirse a sesiones de preguntas y respuestas que de manera natural mutan al modelo 3.
No obstante, en las redes sociales pareciera haber un cierto retroceso en este respecto.
Es innegable e inevitable que el contacto mundial a través de Facebook, Twitter, Instagram o cualquier otra red social, ha transformado la vida pública de la humanidad, sobre todo en las áreas urbanas. En 2011 le permitieron a la ciudanía del Medio Oriente librarse del modelo de comunicación 1 y 2 de los gobiernos autoritarios del norte de África, con el monopolio de la información para, a través de estas mismas redes sociales, integrarse en un colectivo de modelo 3 que permitió, sin más caudillos que la comunicación colectiva, la liberación de Túnez y el inicio de nuevos procesos políticos inéditos en Egipto, Libia y Siria.
Es innegable la potencia de las redes sociales para otorgarle el consuelo de la comunicación a distancia a numerosas familias separadas por fronteras y océanos, o la posibilidad de negocios y relaciones amorosas o amistosas de personas marginales que del otro lado del mundo encuentran a mentalidades afines; sin embargo también hay otra cara de la moneda cibernética: tal pareciera que, ante la extraordinaria posibilidad de la humanidad de una comunicación mundial con un sentido de horizontalidad donde uno y cada uno puede ser tanto Emisor como Receptor en la misma potencia, lejos de privar la responsabilidad y el respeto en las redes sociales, es frecuente descubrir que, como en la novela de El Señor de las Moscas de William Golding, muchas personas ante la ausencia de alguna autoridad o reglamentación de conducta a qué a tenerse, suele actuar con hostilidad siguiendo los viejos patrones de acoso escolar de ovacionar a las personalidades populares y agresivas, uniéndose en turba cibernética contra opositores detectados como vulnerables, algunos argumentando que “no es gente real” la que se hayan en línea, acaso sin caer en cuenta que en un futuro cercano la gran realidad social de las juventudes serán las redes sociales: allí estarán sus amigos, sus amores, sus enlaces escolares, sus vínculos académicos. Acaso no hay o habrá cosa más real para ellos que la palabra dicha y sentida en línea.
Esto por supuesto, no quiere decir que sea la única cotidianidad en las redes sociales, donde sus usuarios son Receptores y Emisores recíprocos, sino que se busca tan sólo apuntar que, los jóvenes en la actualidad no necesariamente gozan de la posible emancipación del modelo 3 de Kaplún, aun cuando probablemente escriban muchísimo más que las generaciones previas, ahora que los celulares y las redes sociales los hacen presentes a través de su palabra escrita.
Lo que nos lleva al cuarto modelo de comunicación, con énfasis en los procesos culturales, donde los sujetos, ya sean individuales o colectivos se encuentran en una pugna por la significación; donde los espacios culturales se encuentran en constante negociación por la identidad personal, local, nacional. En una lucha por comprenderse a sí mismo en una época en la que la Historia en los salones de clases es más temida y repudiada que las matemáticas después de la continua degradación de los programas de educación pública tras las coyunturas políticas de 1994 y el año 2000. [2]
Es esta una lid que rodea a los jóvenes de educación media en la búsqueda de su identidad y de la construcción de posibles motivaciones sociales o filosóficas que les resulten más importantes que su propia cotidianidad. Es en este campo de batalla por el sentido donde puede resultar un instrumento de ayuda capital, el desarrollo de las habilidades de lector-escritura.
Los estudiantes, en tanto seres humanos, llevan consigo todos los días y a todo momento la literatura, lo sepan o no, lo quieran o no.[3] Somos una especie narrativa: los chismes tienen personajes principales, inicio, desarrollo y final. También los chistes. Decía Ray Bradbury:[4]
Ah, para muchos es un trabajo duro y difícil meterse con el lenguaje. Pero yo he oído a granjeros hablar de su primera cosecha de trigo en la primera granja de un estado, recién llegados de otro, y aunque no eran Robert Frost parecían su primo tercero. He oído a conductores de locomotora hablar de América en el tono de Thomas Wolfe, que recorrió nuestro país con estilo como lo recorrían ellos con acero. He oído a madres contar la larga noche de su primer parto y el miedo de que el bebé muriese. Y he oído a mi abuela hablar de la primera pelota que tuvo, a los siete años. Y, cuando se les entibiaban las almas, todos eran poetas.
Aunque no lo se sepan, quienes no tienen el hábito de la lectura, están a una esquina de papel de la libertad. De comparar su vida con la del Principito o de Ana Frank, -con los que ocurre que a veces comienzan muchos lectores adultos- y, quizá pensar “!Zaz! Quizá no me va tan mal en casa como a esta pobre niña” o al contrario “!Ey! Por qué hasta el Principito tiene un amigo de a de veras y yo no”… “Si tu vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, desde las tres empezaré a ser feliz”,[5] le dice el Zorro al Principito y de pronto este atisbo, cualquier atisbo de letras poderosas, puede ser un chispazo de condición humana en donde de pronto, palabras que escribieron personas que vivieron hace miles de años en civilizaciones que ya no existen, puede hacernos mirar nuestra vida diaria con nuevo ceño: Príamo besando las manos del asesino de su hijo para que Aquiles le devuelva el cadáver de Héctor y poder enterrarlo de nuevo; el Quijote desenvainado su espada para proteger a la pastora Marcela enarbolando el derecho que ella tiene de ser quien quiera sin tener que casarse con quien no quiera; de Pedro Páramo duro y áspero como las piedras, como todo padre que abandona, como todo gobierno que somete… Y, de pronto, cuando el joven lector vuelva a tener que tomar una decisión en su vida, quizá no se deje llevar, como en otras ocasiones, por el condicionamiento de lo que le parecía estaba obligado en su vida; acaso si comparando su vida con la de sus lecturas, critica su devenir y toma otras opciones que las que le parecían predestinadas, la condición humana de la lectura le ha extendido una llave hacia la libertad.
Quizá, si. Pero… ¿Cómo comenzar a extender el hábito de la lectura entre estudiantes cuya dimensión y horizonte es su celular y sus compañeros y no parecieran querer hallar más que ellos?
Italo Calvino decía[6] que más valía una buena lectura de un mal libro, que una mala lectura de un buen libro. Y añadía que todo lector tenía el derecho de abrir 100 libros y volverlos a cerrar. El derecho a no leer lo que no se quiere… porque ya llegaría el libro 101 a cambiarle la vida al lector…. y Proust quizá añadiera que hay 3 libros que nos esperan para cambiarnos la vida.
Es decir, en el tema del fomento a la lectura, probablemente es preferible que cualquier joven empiece por donde pueda, por donde le alcancen sus circunstancias aunque sean letras que el canon no considere arte por ningún rincón; por supuesto que las generaciones que comenzaron con Dumas, Verne, Salgari, sin duda invitaron a otros libros a su vida, pero hoy en día la oferta literaria de las librerías depende de factores más emparentados con la publicidad del 2 modelo de comunicación de Kablún. Empero, si es Crepúsculo, Las 50 Sombras de Grey, Divergente o el Caballero de la armadura oxidada; acaso le corresponderá la oportunidad al profesor, al facilitador del conocimiento en el modelo 3 de diálogo entre los dos Emisores-Receptores (Emirec), develar lo que el alumno no sabe que sabe: que las estructuras arquetípicas del Viaje del Héroe y la armonía estética de Aristóteles, se encuentra imbuido detrás de todas las telenovelas, detrás de todas las caricaturas, detrás de todas las películas e incluso detrás de todos los juegos de computadora.
Puede ser entonces en el aula o en una simple plática peripatética, que el profesor abra la nuez sagrada de los recursos literarios, para que el alumno pueda analizar sus propias lecturas con nuevos ojos y cernir nuevas posibilidades de interpretación de sus libros y hambriento de curiosidad, pasar entonces de Crepúsculo a Drácula de Bram Stocker, de Las 50 Sombras de Grey al Marqués de Sade o de Divergente a Canek, de Ermilio Abreu.
Y quizá entonces, develada la cortina de los más básicos recursos literarios detrás de La Rosa de Guadalupe, de Halo, de los Avengers o Freddy Krugger, sepa entonces el alumno que, aún sin haber leído, es un experto en la función dramática de los triángulos amorosos, en la eficacia de la acción de guerra o sexual para agilizar una narración y que los diálogos internos de los Caballeros del Zodiaco son, por una parte quizá el primer escalón para Kafka o el eco de la retórica de Homero ante los campos de Troya.
Ese puede ser el momento en que el Mensaje tenga su forma más inspiradora de la mano del profesor Emisor, porque quizá entonces, quizá, cuando el alumno sienta por un momento su condición humana bullirle y necesite darle un nombre y un lugar a su rabia, a su humillación, a sus celos, a su deseo, a su enamoramiento, a su vulnerada autoestima, que sepa que Gramsci tenía razón.
Y que no se trata de estudiar literatura para ser escritores.
Y que no se trata de escribir necesariamente para publicar.
Sino porque pueden significarse.
Sino porque tienen derecho a curarse el alma simplemente diciendo lo que son.
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BIBLIOGRAFÍA
BRADBURY, Ray, Zen en el arte de escribir, Minotauro, Barcelona, 1994.
CALVINO, Italo, Si una noche de invierno un viajero, Siruela, Barcelona, 1992.
GRAMSCI, Antonio, Cuadernos de la Cárcel: Intelectuales y la organización de la cultura, Juan Pablos Editor, México, 2010.
MANGUEL, Alberto, Una historia de la lectura, Joaquín Mortíz, México, 2006.
KAPLÚN, Mario, “Modelos de educación y modelos de comunicación”, en El comunicador popular, Lumen-Humanitas, Argentina,1996.
SAINT-EXUPÉRY, Antoine de, El Principito, Porrúa, México, 2012.
[1] Mario Kaplún, “Modelos de educación y modelos de comunicación”, en El comunicador popular, Lumen-Humanitas, Argentina,1996.
[2] Simplemente ya no existe para muchos de ellos, para dar un ejemplo, la pugna por la historiografía liberal contra la historiografía conservadora que determinó las identidades de nuestro país desde su fundación y que aún ahora se hayan presentes en las coyunturas políticas y sociales de nuestro tiempo.
[3] Alberto Manguel, Una historia de la lectura, Joaquín Mortíz, México, 2006.
[4] Ray Bradbury, Zen en el arte de escribir, Minotauro, Barcelona, 1994, pg. 18.
[5] Antoine de Saint-Exupéry, El Principito, Porrúa, México, 2012, p.71
[6] Italo Calvino, Si una noche de invierno un viajero, Siruela, Barcelona, 1992.
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